
El osito Winnie sufre hiperactividad y falta de atención, es obsesivamente compulsivo, tiene tendencia a la obesidad y además podría desarrollar en el futuro el síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que se caracteriza por tics y movimientos involuntarios, rápidos y repetidos.
Su compañero inseparable, Eeyore, no sale mejor parado. Sufre una constante depresión a consecuencia de la amputación traumática de la cola. El cerdo Piglet, padece ansiedad generalizada fácilmente observable, dicen los doctores, por su propensión a ruborizarse y a balbucear.
Finalmente, el muchachito Christopher Robin se enfrenta a una crisis de identidad sexual, le falta una adecuada supervisión paterna y es preocupante que pase tanto tiempo hablando con animales.
Poco podía prever tales resultados el escritor canadiense Alan Alexander Milne cuando creo sus personajes en 1926. Pero tampoco extraña si se tiene en cuenta que Winnie, el oso real en el que si inspiró, tuvo una desgraciada infancia. Un cazador de Ontario (Canadá) mató a su madre en el verano de 1914 y lo vendió al teniente canadiense Harry Coleburn, destinado en Winnipeg (Manitoba). El destino de Winnie fue convertirse en la mascota de la Segunda Brigada de Infantería del Ejército canadiense, lejos de los bosques de Ontario, donde había nacido. Pero su futuro pasaba por tierras lejanas y gentes desconocidas
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